ChatGPT cumple un año: promesas, riesgo y motines por la IA que más genera

“Hemos entrenado un modelo llamado ChatGPT que interactúa de forma conversacional. Mediante el diálogo, ChatGPT es capaz de responder preguntas, admitir sus errores, poner en entredicho premisas incorrectas y rechazar peticiones inadecuadas”. Con esta breve explicación, una entonces desconocida OpenAI anunciaba al mundo el 30 de noviembre de 2022 una inteligencia artificial generativa que hoy, justo un año después, ya no necesita presentaciones. En la actualidad, según Reuters, ChatGPT cuenta con 180,5 millones de usuarios de pago y 1.500 millones de visitas cada mes en su web. Las consecuencias del furor que ha desatado OpenAI con el primer disparo en la guerra por el desarrollo de la IA son evidentes, pero todo apunta a que todavía quedan muchas más por venir.

Los orígenes de OpenAI tienen que ver principalmente con dos nombres. El primero de ellos es Elon Musk, el excéntrico multimillonario detrás de otras empresas como Tesla o SpaceX fue el inversor clave en los inicios de OpenAI. El segundo nombre es el de Sam Altman, un ecléctico egresado de Stamford, entusiasta de la IA que cree en las bondades de la misma mientras a la vez se prepara para un potencial apocalipsis. Allá por 2015 unieron fuerzas para crear lo que, en principio, era una organización sin ánimo de lucro. Con el tiempo, el lucro entró en escena y OpenAI se convirtió en la máquina de hacer dinero y objeto de deseo que es hoy.

En el camino a la cima han ocurrido muchas cosas. Musk se fue del proyecto cuando le impidieron tomar el control de la compañía. Al magnate no le sentó bien la llegada de ChatGPT y su buena acogida, y poco después del lanzamiento, se convirtió en el nombre clave de una iniciativa suscrita por miles de expertos pidiendo frenar el desarrollo de la IA por representar “un profundo riesgo para la humanidad”. Recientemente, siguiendo los pasos de Google con Bard o de Microsoft con Llama, Musk ha anunciado la creación de su propia IA: Grok. A comienzos de 2023, la propia Microsoft se erigió como el principal mecenas de OpenAI tras firmar una alianza, hacerse con el 49% de la empresa e invertir -en un primer momento- 10.000 millones de euros en ella. A cambio de poder acceder a sus innovaciones e implementarlas en sus servicios, el gigante Microsoft proporciona dinero y valiosos recursos de computación a una OpenAI que ahora tiene la capacidad de expandirse más rápido que nunca. Precisamente, ese aumento de capacidades parece ser el origen del último escándalo que azotó a OpenAI.

El 17 de noviembre, la empresa cesó fulminantemente al jefe ejecutivo, Sam Altman, por “una pérdida de confianza” por parte del consejo. Tres días después, Microsoft desvelaba que habían contratado a Altman para encabezar una nueva división de IA. A los cinco días del despido, el pasado 22 de noviembre, Altman volvía a OpenAI después de un motín en el que el 95% de los empleados de OpenAI amenazaron con renunciar si no volvía.

Tal y como publicaron Reu­ters y el medio especializado The Information, detrás del eufemismo “pérdida de confianza”, se escondía una guerra interna por definir el futuro de OpenAI. Poco antes del cese, varios investigadores dirigieron al consejo una carta en la que advertían de un poderoso descubrimiento de inteligencia artificial que podría amenazar a la humanidad. Según las fuentes citadas por The Information, a principios de este año (coincidiendo con el pacto con Microsoft), OpenAI alcanzó la capacidad de desarrollar modelos de inteligencia artificial mucho más potentes. La falta de procedimientos para controlar al modelo de inteligencia artificial si algo salía mal provocó la carta. Aún hoy no está claro si la susodicha epístola ha jugado un papel crucial en el despido de Altman o no, pero lo que sí es patente es que hay dos bandos en la IA y en la pionera empresa. De un lado, los apocalípticos, preocupados por la amenaza que puede llegar a representar la IA, de otro, los pragmáticos, entusiasmados por su potencial. Emmet Shear, el que fuera nombrado sustituto de Altman tras el despido, tuvo una corta carrera de 72 horas de duración en la empresa. Shear era “apocalíptico”; Altman es “pragmático”. Nadie sabe que más aportará la IA de aquí a noviembre de 2024, pero queda claro que Open­AI vuelve a tener vía libre para seguir trabajando en nuevas mejoras del chat que ha cambiado el mundo.

Ahora, OpenAI está a las puertas de una colocación de acciones entre inversores privados que, según Financial Times, valoraría a la empresa en 86.000 millones de dólares, triplicando la valoración que se le dio cuando Microsoft invirtió. Así, una revolución después, la IA que más promesas, más polémica, más temor y más respuestas -y a la vez preguntas- genera, celebra su primer cumpleaños.

La IA ha sido el gran motor de los mercados mundiales. El S&P 500 sube cerca de un 19% en el año y seis grandes tecnológicas relacionadas con la IA en mayor o menor medida son las responsables del 71% de esa alza.

PwC estimó en un informe a principios de año que para 2030, 326 millones de puestos de trabajo estarán en riesgo por la IA. En el lado positivo, la aparición de nuevos empleos y la eliminación de tareas repetitivas promete compensar este efecto. En agosto, Goldman Sachs estimaba que uno de cada cuatro empleos en Europa desaparecerán por su culpa. No obstante, la OIT cree que será responsable de crear más trabajos de los que destruirá.

La IA ofrece la posibilidad de mejores diagnósticos y mayor eficiencia. En el lado del desarrollo de nuevos fármacos, acelera los ensayos y propone nuevas soluciones. Un ejemplo de esto aparece recogido en la BBC. En mayo, una IA creó un nuevo antibiótico capaz de matar a una superbacteria que hasta entonces, se resistía a ser eliminada por las soluciones ideadas únicamente por humanos.

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